No aclares que oscurece EL BLOG


En la casa de mis viejos no había libros. Y siempre tuve terror de leer en clase. Sin embargo hubiese querido ser mas escritor que músico; y es así... solo un amor imposible. Pero las letras se caen por las hojas a la tarde, y es inútil para mi y para cualquiera negar que tenemos algo para decir, así que ahí andan las palabras pidiendo un color, una nota, la temperatura de tu boca, la pequeña electricidad de una caricia, tratando de aclarar algo de lo disimulado por la brutalidad diaria de la calle, y si... sobre todo andan buscando una razón. Aunque aveces solo piden moneditas.
Entonces solo quiero una historia, como de chico, para dormirme. Pero ahora también la quiero para despertar. Para abrir otros libros, porque escribir enseña a leer.
Y así es...en casa no había libros, pero yo los fui juntando uno por uno como los pasos, los caminos y los amigos. La música.
Acá no hay genialidad, solo la curva de un pájaro en el embarrado cielo de José C. Paz.


mARIANO gERMAN sCIALPI 27 DE DICIEMBRE DE 2008










Estas son cosas de flogger en San Telmo...



GUITARRA DEL DIABLO

“…la moral es la debilidad de los sesos…”

Arthur Rimbaud


Una vez cuando tenía trece años y habitaban ángeles en mis bucles, fui a la iglesia a decirle al Padre Mario, que quería tocar la guitarra en la misa de los domingos. El Padre me clavó los ojos fieros y me dijo: -¡No querido… la guitarra es del diablo!- Yo me fui triste. Hubiese querido que mi guitarra sea de Dios, pero no.

Después de mucho tiempo, y si bien… dejé de creer, y milite en el pecado, noche a noche enredado en las cuerdas de mi guitarra, recordé lo dicho por el Padre Mario, y me di cuenta qué… seguramente, aquél siervo de dios había conocido talvez por las puertas que suele abrir el vino, al deseo, o sea al Diablo y su cola de fuego, pero que tristemente había preferido ser un burócrata de las creencias de los hombres: un verdadero legislador corrupto de dios.

Hoy, yo golpeo mi guitarra. Y no creo en el cielo.

Muerdo la tierra con mis pies. Veo a los hombres luchar por un pedazo de algo. Y voy cantando, cantando mi larga temporada en

el infierno.





BUFANDA

La bufanda naranja que te robé anoche, porque hacía mucho frío, tenía olor a recuerdos de invierno y verano.

Yo caminé contento de haberte encontrado, y pensé, que nacía nuevamente, para rodar la calle sin vos. Entonces ahí… tapo mi boca, mi nariz con la bufanda, respiro dentro de su tejido que te lleva, y así, larga, la desenvuelvo y me la enredo nuevamente como atándola a mi corazón. Espero el semáforo para cruzar esa larga avenida de tiempo. Y es así que te espero, y camino creyendo que lo hago hacia vos. Pero vos rodeas mi cuello, abrazas mi aliento, apenas una fragancia, y cada vez estás más presente y lejos de mí, y te quedas en mi boca, guardada: las palabras que no te digo, las que duermen en una hoja.

Y ahora cruzo la calle. Sigo. Cuento la hora. Miro las luces. La ciudad es un contrabajo oscuro que respira lentas figuras redondas bajo mis pies. Y no sé; pero el mes de junio vuelve y se queda en mí.

Un beso, ahora es, este vapor en mis labios.





UN DÍA PERFECTO

¿Escuchaste esa canción? Bueno… la puse bajito para no despertarla. Era la mañana. Vi como dormía profundamente sobre las nubes de la cama. Puse la pava. Despejé un poco la mesa cargada de vasos y botellas. Y vi por la ventana: un hombre paseaba su pequeño perro blanco. Pensé cuánto duraría ese momento, y me senté a ver como un mechón de su pelo caía por su cara y la despertaba suavemente.

Buen día… Hoy será un día perfecto.






Poema con forma de País





Estaba lluvia

Cuando escribí la palabra.

Llené de llaves la boca encerrada

Cuando te miré apretando la salida

Durmiendo los puentes bajo la luna.

Dientes de leche y azúcar: la casita de la lengua

Pinté la carátula de mi corazón, y los baúles.

Limpié los pajaritos del mantel

Las tardes que no vuelven ya

Las migas de pan, la paciencia.

Y sabrás por todas estas palabras

Que me choqué la puerta

Que no se dónde esta la llave

Que perdí mi tren,

Y busco palabras

El polvo

Un boleto

Y ya caí

De tu mano,

Tu boca

El cielo

La ventana, del pez en tus ojos…

El retorno







Cositas escritas en el 24 y el 93. (2007)





Mi primer canción

Hace veinte años todo comenzó a suceder: La mañana atropellada, el delantal, el olor del papel borroneado. Y también las trenzas de las tardes, y esas cosas, que nos sucede en la panza y no sabemos bien por qué. En esos días, vi a mamá llorar una noche, reté a mi hermano que no paraba de joder, hice dormir a mi hermanita y cociné para mi. Papá no vino a dormir esa noche, y yo sentí que era grande y responsable por primera vez. Pensé en el amor, en la casa, en las dos trenzas de las tardes que saltan la soga y ríen cuando paso haciéndome el distraído. Mamá se durmió profundamente después de llorar, y eso, me puso muy triste. Yo, por primera vez, no dormí en toda la noche, y cuando todos soñaban, saqué la guitarra del ropero y toqué en el baño hasta que amaneció. Ese día no fui al colegio. Pero si pasé a la tarde por la vereda, para que ella con sus dos trenzas riendo me saludara. Pensé entonces, por primera vez, en hacer una canción.






El hombre del puente

Sobre la calle Piedras, debajo del puente, un hombre mira por la rejilla del subte. Yo paso. El hombre mira rendido, desinteresado del mundo, acariciando su barba oscura. Luego, retoma su mirada baja. El subte despide un viento tibio. El hombre frota sus manos.







Llegué

Yo, mariano Scialpi, nací un primero de julio de 1976.


Y llegué cuando el viejo se duerme en la cabecera de la mesa. Cuando la tía prepara café, y la abuela tiene un recuerdo de cuando era niña. Llegué cuando mamá da vuelta las tostadas negras. La perra mueve la cola y el sol no está porque es dos de julio, y yo voy a recordar de nuevo que nací un día, y que alguien se quedó allá en el sur, allá. Y así voy a nacer de nuevo, pidiendo un poquito de amor, o un poquito de torta. Y llegué cuando el sueño anida, en los ojos y en el alma. Llegué a la hora de los mates, a la tarde, cuando el mundo dice basta. Y se pone a recordar.









LUNA


El hombre tocó su boca. Recorrió sus dientes con la lengua. Estiró sus piernas debajo de las sabanas. Encendió la luz. Escribió unas palabras en una hoja. En silencio miró la luna y prendió un cigarrillo. Había dejado de fumar. El hombre miró las palabras escritas, solas en medio de la inmensidad de la hoja. El hombre nunca más durmió por las noches. La luna está alta y roja. Sopla el viento. La hoja está en blanco.








Aprendizaje


Con el sabor al primer pucho de la mañana, entrábamos a la escuela y el sol subía hasta el sol mismo de la bandera. Yo era otro y el mismo. La mañana abrazaba su carpeta de margaritas y era hermosa y nunca me saludaba. Cuando me cansaba de la profesora de matemática, tocaba el hombro de Elio y con permiso para ir al baño, uno detrás del otro, salíamos al patio y saltábamos el tapial de la escuela para irnos a la casa de su papá a escuchar música. Allá en su casa, que siempre estaba sola, yo levantaba algún libro del suelo, que leía mientras hervíamos fideos con aceite y sal. Luego tocábamos todo el día hasta el atardecer, cuando el sol se ponía rojo, y el mate decía basta. Y ya entrada la noche, pasaba Tony, el marido de mi mamá, a buscarme en su colectivo escolar. Mamá en casa me preguntaba cómo me había ido en la escuela. Yo le decía que bien. “ La música está llena de matemática, pero la matemática está sorda” le decía. Mamá detenía su cuchillo sobre al cebolla. Sonreía, y volvía a picar. Lloraba sobre la tabla. ¿Cómo es esa canción que cantabas ayer? Me preguntaba, mirando por la ventana de la cocina.

“Aprendizaje mamá. Aprendizaje”







La tarde mueve la cola

La tarde mueve su cola azul. Los chicos corren por un patio. La tele está callada: no hay noticias. El reloj marcó las seis: debo recordarte. Si estuvieras conmigo... hoy sería un poco perro que mueve la cola o chico corriendo despeinado... y no estaría solamente, esperando el silbo de la pava, y las seis de la tarde. Pero en el cielo hay vacas patas para arriba y la tarde mueve la cola. La paciencia acaricia su lomo azul.








TODO SIGUE



Ayer llorabas como un bebe. Y es increíble ver como todo sigue andando. Anoche todo fue tan irreal. Yo te veía prender un pucho tras otro, y nada nos detenía. La mirada duraba y era dulce y triste. Hay algo pendiente entre vos y yo. Y no pudiste. Tu boca se perdió delante de mis ojos, y apoyé mi frente en la tuya. Respiré tu dolor. Y no pude dejar de tenerte entre mis manos que temblaban un poco, sólo hasta que se acostumbraron nuevamente a tu suavidad. Siempre me pasó así. Pero la ventana fue despertando. Y es increíble como todo sigue andando.

Me abriste la puerta. Me diste un beso en la mejilla. Bajé a la calle con los cordones desatados. Caminé hasta un kiosco. Nunca hay monedas.










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PAn



Pan de música.

Vas a comer notas, fibras, nada.

Desayuno de DO con MI bemol

y un RE pasando la octava.

Música de arroz y mate.

Las séptimas mayores del vino

y una melodía muerta

deja el eco de haber sido.

Música de luna para un perro.

Hambre del mundo...

ausencia, tomate, banana... sal y montaña.

Pan de música y silencio.

Hojas de carta con clave y colchón.

Mástil barco cuerdas y redes.

Ritmo de mar. Paciencia y destino.

Armonías inconclusas

en las redes de la noche-mañana.

Sopa sin letra. ¿Mamá me extraña?

Canción con forma de camisa gris.

(no vivimos de lo que vemos)

Música para la música...

Ajustá la clavija de nuestros años.

Buscá la frase de una nube y que te dé de comer...

Si... eso digo!

y vamos a pintar cuadros en el aire...

un-dos-tres-cua...

¿qué día es hoy?







Poema dedicado a Ezequiel Barros el garoto





Hay un libro inexistente dedicado a Fausto, Elio y Pablo, amigos con los que rompí noches y armé días. El libro en algún futuro será "Una mañana".





RELATOS DE
“Una mañana” (2002-2005)


El recuerdo de Juan

A Juan le gustaba cuando ella ponía cara de ratoncito. Decía dulcemente que sí y sonriendo siempre parecía. Hoy Juan mira los autos, vende alfajores en la estación. Cuenta luces que estallan del frío en la ciudad; y está, tan con las raíces en ésta tierra maldita, que riega fantasmas con el sudor de la frente. Acaricia un recuerdo húmedo entre las piernas, y no piensa más que oraciones y esquinas peligrosas, que sólo saben de él.
En el subte b nadie deja ponerse dos por un peso en la pierna, en el tren si: Están más cerca de él esas manos que vinieron de salta o chaco y que cenan todas las noches dos por un peso. Juan acaricia sus raíces en el aire. Ayer plantó un helecho en una latita de duraznos que colgó de la ventana, por donde entra violento el sol en verano y débil en invierno, por donde cuenta luces de ciudadanos que van a sus casas a dormir prósperos y veloces, a sus camas blancas, blancas firmes y calidas, releyendo la pagina anterior de una novela que duerme bajo el velador, y “Segafredo” y pantuflas y lo peor es que él no lo sabe. Él sólo se sonríe cuando la recuerda. Su ratoncito roe las zanahorias de su memoria.
Juan regresa a su casa, vamos a decirle casa con un sol derribado en los techos maltratados por una lluvia oscura. Toma mate con alfajores que sobraron, que dejaron poner en sus piernas los que votaron un presidente, su presidente. Prende un pucho y vuelve a recordarla. Ahora sonríe. Cuenta algunas luces menos. Juan se duerme con zapatillas. Sueña la noche y autos pasan volando sobre su cabeza que sueña, sueña.




Pabloviene

Arrastrando la tarde viene. Siempre jugando en las mismas palabras que no piden de comer, pero que sí caen arañándose entre ellas. Pablo trae un muerto siempre bajo el brazo. Quema olvidos interminables y teme volver a donde ya está parado. Su guitarra lo extraña un poco y una pobre novia también. Un barrio de clase media quedó atrás, y sabe que comer le hará bien, que el sol suele desplegar sus bondades sobre los hombres en las plazas, y que trabajar tiene su pequeño lado bueno, que enamorarse es cada vez más cosa del pasado, pero que hay nuevas formas: modernos suegros con alguna pequeña culpa, por no haber cambiado el mundo, que se puede tener a favor. Pero, Pablo arrastra los días, se repite en trenes que solo vuelven, y sabe que dormir no le hará mal, y algo se rompe cada noche. Pablo arma sueños y nada, pero nada, le quita el mundo que llueve de la boca.






El amigo invisible

Con las letras que aprendí a escribir mamá sigo escribiéndote. Con aquellos ojazos sigo viendo el mundo, y me duele porque tiene mucho barro y frío. Sé que hago las cosas mal para llamar la atención, para que me mires, y deslices tus ojos por el arco iris que te hice en el pizarrón. Yo dibujo tu nombre en el rocío de los autos, y la lluvia me encanta porque es como un pájaro, ¿y a quién se le ocurre? Cada gota una pluma, cada charco un ala, su vuelo, la distancia que nos moja.
Con las letras que aprendí a escribir mi nombre, escribo el tuyo a mi lado, con letras como frutas en mi pared, y luego de ser hoy, un hombre responsable para el mundo (un verdadero tonto) todavía espero que me llames, como esperaba escuchar el timbre de la escuela, para salir a la calle llena de sol, para luego volver y escribir en aquel pizarrón, secretamente tu nombre.






Un árbol de naranjas


Las manos andaban bajo la ropa, en esa pileta con forma de riñón. Nunca las tardes tuvieron tantas naranjas rodando por los techos. Nos quedaba la boca hinchada de tanto chupar ese jugo temprano que nos hacía llorar los ojos. Nunca la besé, eso era cosa de películas, pero recuerdo el olor de su piel salpicada de barro y sol. Nos reíamos tanto, de contentos, de agua y verano.
En invierno eran falanges los árboles señalando el cielo gris, y la vereda llena de hojas que papá barría. Nos ocultábamos de los grandes en la pileta vacía y andábamos con las rodillas verdes de pasto y los cachetes colorados echando humo por ahí, hasta que nos gritaban ¡está la leche!, cosa que terminábamos cuanto antes, para seguir pateando las hojas que el viejo juntaba en prolijos montositos.
En verano era cruzar los misterios de la siesta, y cuando caía la tarde cazábamos bichitos de luz en un frasco con media. Luego, nada pero nada tenía más locura que jugar a las escondidas con ella, jugar en la noche pesada entre grillos y sapos, entrar al galpón, mirar detrás de las puertas, cruzar el patio sin luz, cosa que tanto terror me daba; pero, saber que en alguna parte ella estaba oculta, agazapada, riéndose de mi, lista para asaltarme, y matarme de miedo y amor. Nada, pero nada me ponía más loco y contento que eso.
Hoy, miro allá: Esos días donde ahora duerme el sol, ese amor que ahora se parece tanto a las tardes de mis días, allá donde por primera vez, un día vi como las cosas se ponían blandas a través de mis ojos, y sentí esa extrañeza que habita en todas las cosas, y que había visto en los ojos del Viejo un domingo de julio después de comer. Esa vaga sensación que huele a naranjas, a puertos, a pájaros y caminos, y que se parece tanto al silencio que habita entre las flores, que ruge en el mar siempre, y que arde en el vino. Entonces sentí allí, lo que era el tiempo, una mano lenta pero cierta acariciando las diásporas de nuestros relojes. Porque fue un día, que su familia se mudó. Y no sé a dónde, esas eran cosas de grandes, y nunca supe a dónde, pero mis viejos un día sacaron el árbol de naranjas, que estaba enfermo, y a ella no la volví a ver aquel invierno ni aquel verano.
¡Viste!... y aún sigo jugando, y mirando triste detrás de las puertas. Cuando leo el diario, o recaliento café, después de pagar algún impuesto, siento a veces el eco de mí voz gritando “piedralibre”:
Atraparla, burlar al tiempo, correr por el patio como un pequeño loco, ponerle fin al juego. Tocar la pared.





El ritmo de la lluvia


Abandonado. Enamorado de lo precario, lo confuso y olvidado. Sucio y adormecido, tirado sin nada y todo, todo cerca y lejos de las manos. Aquel amor no se desenredaba de las sabanas salvo para freír algún huevo y hacer mate o llevar algún libro a la cama. Mataba puchos aplastándolos en tazas y ceniceros desbordados de impaciencia y calma. Sólo tiempo bellamente perdido.
Miraban por la ventana: Afuera el viento galopaba en el mundo desplumado y gris. Un vago deseo nacía y moría de los cuerpos, dormía… dormía y despertaba para intentar algo antes no hecho, y de vuelta se repetían dulcemente los cuerpos. Ponían música, revolvían inútilmente la alacena. Sólo se oían las respiraciones, lejos. Luego una boca emergía de la muerte, una caricia brusca, y devuelta al ruedo la piel, la desesperación por morir nuevamente entre las sabanas ya húmedas.
El misterio golpeaba en las ventanas. El silencio como un pájaro se posaba sobre los cuerpos, como los verdaderos, allá en los árboles volando a los techos huyendo de la tormenta.
Por un instante, cada uno pensaría entre las sabanas, en alguien a quien dirían palabras sin sentido, una historia secreta que transcurriría silenciosa, oculta bajo mordiscos en orejas y bocas, y lenguas que bajan muy al fondo, y una llamada postergada, porque ya no importaba nada, sólo estar allí, germinando deseos, negándose a la ropa, a las “marcas”, a tomar los documentos, buscar monedas, correr trenes o colectivos, y andar adecuándose al mundo.
Allí dentro, el humo enredaba entre los dedos, un hilo blanco sin tiempo, y una caricia débil caía por las espaldas, cuando el techo comenzaba a marcar, nuevamente el ritmo de la lluvia.





Una mañana

Esa mañana Mario barrió las últimas tristezas de la vereda antes de que asomara el sol. La noche anterior había dejado sobre una silla un viejo saco azul, el mismo con el que salió de la iglesia, con los bolsillos llenos de arroz un día.
Las mañanas de septiembre aún son frías. La luz tímida del sol suelta los primeros rayos sobre los techos que contrastan con los resabios del invierno.
Mario toma mate, escucha radio. Hacía rato no leía un diario, pero esta vez sus amigos estaban en los titulares. Su esposa se levantó despeinada, le acarició la cabeza y lo besó en la sien.
- Vas a volver mi amor - le dijo Estela.
-Si... voy a volver, al fin voy a volver - respondió Mario viéndola a los ojos, de los que se había enamorado para siempre, y luego miró la ventana; la calle.
Cuando Mario Alberto González de cincuenta y ocho años pidió un boleto de un peso y luego bajó del colectivo repleto de gente, lo atravesó un montón de chicos que iban a la escuela, cruzó la calle donde vio el bar de la grapa a la mañana, y fugas dejó una sonrisa reflejada en la memoria de su vidriera, apuró un poquito el paso y haciendo una cuadra más, dobló en la esquina. Ya había llegado. Estaban todos allí. Muchos de los viejos y otros nuevos. Todos estaban allí y él también esperando entrar como hace 20 años atrás, saludando a los más jóvenes que habían dado el último y decisivo empujón para que todo aquello sucediera. Un minuto de silencio y la memoria trajo a los amigos a estar entre ellos: el “loco” Juárez, el “Pilincho” y Carlitos. Cantaron el himno. Recordó tantas plazas llenas a las que ya había ido tan cansado. Mario estaba en la primera fila. No cortaron una cinta, solo abrieron un gran portón, y cantaron una vieja canción. Hubo gritos y abrazos. Ya adentro pasando la recepción y las oficinas centrales, un técnico (un muchacho joven) llamó a Mario. El “viejo” Mario, como le decían, se acercó erguido, serio. Se acomodó la boina. Saludó al joven técnico, miró a sus compañeros. Puso su mano sobre el tablero. Se dio el gusto de tardar un segundo más. Alguien grita su nombre. y observando los relojes, encendió los motores. Mario vio la planta principal de la fábrica y lloró.









***
POEMAS DE "El camino de la tarde" (2000-2007)









La casa

La casa está vacía.
Tiene bondad y nostalgia
una dulce caricia
y un silencio de canela.
la pava, aún tibia el agua.
Su ventana, aún mira la memoria
Llena de pájaros.









A través del patio

Donde moran los pasos perdidos
como besos mudos del suelo.
Donde la lluvia, jaula de vidrio,
encierra pájaros y ventanas
que se abren dentro de mi.
Donde el alba se arrodilla
para morir en la boca cerrada del mundo.
Donde fui otro mojando mis pies
en la luz que nacía...
allí me senté a esperar tu vuelta
de la otra orilla que no crucé
y por los puentes, aromas del jardín,
te ví llegar de muy lejos,
atravesando aquel patio suspendido
que hay dentro de ese niño que fui.








El taller de la tarde

La tarde arma su taller
con misterio y aire.
Alza bastidores de horizonte.

Callada se posa
en el alma frágil
de todas la cosas.

la tarde trabaja en el recuerdo.
Despierta en los álamos.
Suelta caballos de trementina.

Luego cava un horizonte
por donde sopla,
todo el dolor del mundo.








Paraíso

Le crecieron países de las manos.
Arados cayeron de sus pies.
Soñó con un cigarro armado
en la boca de sus dedos.
Cantó noches enteras
y se hizo vieja su canción.
Calló con el día a cuestas
cavó terrible el mes de agosto
trajo su pañuelo de tierra a la frente.
Bajó de los barcos.
Subió a los cielos.










Café

Mi café ya tiene el frío del mundo.
La lluvia canta cosas que perdí.
Tiritan en la ventana
palabras que no te dije.
Camiones pasan por la ruta
rompiendo la grave muralla de la tormenta.









Después de la lluvia

El día seca los manteles de mi abuela,
su brisa viaja llena de criaturas luminosas.
Un pececito rojo gira en una palangana rota
los ojos de un gato giran con el pez
la pollera del viento roza mi frente
los broches danzan en su equilibrio relativo.
Que barco extraño...
este día después de la lluvia.











EL SAUCE

"Había una vez, un sauce en la casa de un querido amigo, en el que nos sentábamos a tomar mate y a escuchar música. Cuando a veces cesaba la conversación, después de un largo tiempo de estar allí, era inevitable dormirse por un instante, bajo la marea dulce de aquel sauce que siempre estaba cantando."

El sauce es lluvia detenida.
Es fuente, caracol roto de Gaudí.
Debajo de él hay un lamento,
una lenta paciencia inclinada
a un arroyo de espejos rotos.

Yo duermo bajo su sombrero decaído
bajo su pensamiento amarillo.
El sauce tiene el sueño de volar,
cruje en la piel de su rocío seco,
y como un pájaro que nace de la tierra
nace su vuelo sombrío.

El sauce canta en su rio vertical, quieto.
Sus navíos de hojas nuevas
surcan la memoria verde del árbol
y refresca las esperanzas
que se detienen debajo de él.

Extraña oración la del árbol
que nace y muere a la vez
desde su corazón, viejo molino
lleno de pájaros.

Él siente el estallido de la semilla
el castillo de las hormigas
en los párpados cerrados de la tierra.
Él es un auténtico puente
entre la tierra y el cielo.
Es la garganta melancólica del mundo.

Ayer fuimos niños, y el viejo sauce ya estaba allí
como un antiguo túnel que respira
edificando los andamios de los días
de los otoños, detrás de los inviernos
y anunciando los veranos inolvidables
de nuestra juventud.

Yo tuve un sueño, ayer, bajo sus recuerdos
más viejos que los míos.
Yo tuve un sueño, y el sauce gigante y tierno
con el viento lo cuidaba, y lo dormía.










MANO

"Una vez me caí del tren, y en el hospital pensé esto sobre la mano que me dolía mucho, después entré en el quirófano y mi muñeca nunca más giró igual."

La mano alza
como triunfo al hombre.
Todo lo que ella toca
halla su nombre
su color, su forma.

Ella crea las cosas a su medida.
Para ella son las puertas,
los bastones, las herramientas
los gatillos, las palancas.
Con ella se alzan trofeos.
Se derriban muros.

Su caricia es tan preciada.
Hay un botón rojo para su dedo.
Sus falanges son andamios
por donde trepan las ideas
que caen a la realidad, a la carne.

Mi mano sonríe cuando entra en tu pelo
cuando se moja en la oscuridad de tu boca.
Tu mano anda desnuda, callada por el mundo.
El hombre traiciona:
crea esposas y cadenas.

No todas las manos son iguales.
hay manos inútiles
manos en bolsillos, debajo de axilas secas
hay manos que sueñan,
transpiran sucias de tierra y mundo.

La mano le cuenta a las hojas
a la madera, a la piel,
danza con las cosas
como un pez en el mar.
Ella respira como un árbol,
se abre como una rosa.

La mano late como un corazón
en su armadura roja como un guante
o pecado en su dulce piel de manzana.

El pasado está lleno de manos.
la mano es medida
la mano es rítmo
la mano es historia
la mano mira, piensa
el mundo es una mano que busca otra mano,
y la mía, con golpe de tren
triste, busca la tuya, perdida, callada, desnuda
que me abrace, que me sostenga,
que me junte de este triste suelo.

La mano se abre con el día, el día se alza lleno de manos
las manos se unen y deciden porque no todas son iguales:
Hay manos inútiles, hay manos asesinas
hay manos que pueden cambiar el mundo.











Caramelos

Tenés toboganes en la voz
y hamacas en tu pollera.
Los dos caramelos de tu mirada
Serán para mi boca?
Tus dedos bailan
en el último cigarrillo
de nuestra noche rota

Tenés una paloma dormida en la panza
un salto detenido de tobillo y mariposa
Quiero cuando te reís
ese ratoncito blanco
que tiembla en tu boca

Quiero también tu dolor
para sembrarlo con nuevas estrellas
haciendo vibrar un beso lleno de besos
cargando de lluvia el cielo
soplando en tus manos una mañana
acariciando en tus ojos navíos lejos
hechos de luna y amaranto.










La última tarde

No te nombro,
porque ya sabes.
la tarde se termina.
Y soy mas viejo.

Otros chicos juegan
nuevos juegos.
(El viento dice lo que siento)

No te nombro.
Te callo,
te guardo dentro de mí.

tengo mi boleto de vuelta.
(El cielo va tomando nuevas formas)

El tiempo arma su bolso,
donde va mi corazón, vivo.
Cansado.












***
POEMAS DEL LIBRO "Cadáveres exquisitos" ilustrasiones: Victor Hugo Asselbon (2005)






ELEFANTES


En el silencio cantando los muertos van
con su voz de herrumbrados barcos.
Andan juntando en la arena rota
una mirada desenterrada
a los pies del mar

Su danza pinta pájaros negros
que picotean el cráneo de lo ausente.
Cuando encienden el fuego de la noche,
ese morir de hojas que no calla...
Son ellos que están allí
consumiéndose en el aire.

En el silencio, viajan los muertos
golpean puertas en la sangre
soplan en los harapos del mediodía
señalan con sus falanges
al horizonte: camino blanco
lentas, pesadas huellas,
elefantes de ceniza.




(Del Libro "Cadáveres exquisitos", Ilustraciones: VICTOR HUGO ASSELBON )


DESPEDIDA


Alzo mi cráneo roto
y en el bebo mi ausente.
La sangre gira
por la rejilla del mundo
y en cada gota rueda,
un rostro en el vidrio,
el último andén con cigarrillo,
mi mano inevitable, hoja que cae.

Por la rejilla mareándome va
mi último trago, río cortado de besos rojos
y en el fin de la ventana
golpea el capitán de las moscas:
Adiós a la carne
adiós a la tierra, a tu boca
adiós a ese maldito cielo eterno.





(Del Libro "Cadáveres exquisitos", Ilustraciones: VICTOR HUGO ASSELBON)



NIÑO ROTO

Viajo
en un bolso mi niño roto.
canto cosas
que he perdido.
Estoy hecho
de cosas que no tengo.

Ella me deja esperándola
en el silencio lluvia de mi boca.
Me asalta un sueño lejos
que ya desperté sollozo
naciendo de mí.




(Del Libro "Cadáveres exquisitos", Ilustraciones: VICTOR HUGO ASSELBON)